Los envases de plástico de un solo uso han ido ganando peso en la cotidianidad de nuestras vidas. Desde las bolsas de la compra (ahora, en España, con coste adicional), a las botellas de refrescos o de agua, pasando incluso por los envases de detergente para lavar la ropa… No cabe duda de que los desechos plásticos de un solo uso son un fenómeno global y una de las claves para entender este éxito es su bajo coste de producción y el hecho de que puedan ser empleados para el empaquetado de comida y bebida de todo tipo.
Esto, junto con otras cuestiones -peso, flexibilidad, tiempo de fabricación, durabilidad, etc.- explica que el 52% del empaquetado comercial a nivel mundial sea de plástico. Este material, de media, pesa además 3,5 veces menos que sus alternativas, y a diferencia de ellas es flexible, tarda menos en fabricarse y no se expone al riesgo de oxidarse, como sí ocurre con los metales.
No debería sorprender, por tanto, que en los últimos años la producción de botellas PET haya incrementado hasta las cerca de 500.000 millones de unidades producidas, respecto a las 300 mil millones de unidades en 2004, y que los plásticos se hayan colado por completo en nuestras vidas hasta el punto en que nos cuesta tremendamente desprendernos de ellos.
Pero lo cierto es que el plástico acarrea un elevado impacto ambiental. La tasa de reciclado a nivel mundial de este material es sólo del 14 %, lo que significa que “el 86 % restante va a parar a los vertederos y a masas de agua”, según el informe “Rethinking single-use plastics” (“Repensando los plásticos de un solo uso”) de la institución financiera Citi.
Esa huella ecológica, y su derivado efecto nocivo sobre la salud de las personas, ha llevado a potencias como China a eliminar casi por completo sus importaciones de plástico.
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Abandonar la fabricación plástico
El país asiático, antes principal importador de residuos de plástico -se llevaba en torno al 50% de las importaciones de plástico del mercado global-, decidió a principios de este año dejar de hacerlo y ha pasado de introducir en el país cerca de 8 millones de toneladas métricas que importó en 2016 a prácticamente cero en 2018.
Esto, asegura el informe, ha provocado “un colapso en el precio de varios materiales plásticos recuperados y un exceso de oferta en los puertos occidentales”. En paralelo, como resultado también de la situación de contaminación ambiental y perjuicio en la salud a causa del plástico, otros gobiernos nacionales y locales han acordado sus propias prohibiciones al plástico.
Prohibiciones al plástico de un sólo uso
El primero en hacerlo fue Bangladesh, país donde las bolsas de plástico congestionaron los desagües y agravaron los daños ocasionados por las inundaciones de 1998. Los grupos ecologistas estimaron que sólo el 10% de los 9 millones de bolsas de plástico usadas cada día en Dhaka terminaban en el vertedero, lo que significaba que el 90% restante eran arrojadas al suelo y, en consecuencia, acababan atascando los desagües. Esto condujo a una campaña anti-bolsas en la década de los 90 que inicialmente se limitó a Dhaka, pero que finalmente se convirtió en la primera prohibición nacional de las bolsas de plástico en el mundo, en 2002.
Del continente africano, ya son 25 los países que han aplicado prohibiciones nacionales a las bolsas de plástico, el 58 % de las cuales se han adoptado entre 2014 y 2017. En Mauritania, las bolsas de plástico fueron prohibidas después de que más del 70% de las muertes de ganado vacuno y ovino se atribuyeran a la ingestión de estos productos. Según el Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible del país, el plástico constituía además el 25% del total de los residuos producidos en Nouakchott, la capital del país.
En Europa, el Reino Unido fue pionero en anunciar la prohibición de utensilios de plástico de un sólo uso como, entre otros, cubiertos, pajitas y bastoncillos. El gobierno autonómico de las Islas Baleares, preocupado por las basuras en las playas -el 80% de las cuales eran de plástico- hizo lo propio. La UE, por su parte, ha indicado que, una vez se apliquen sus prohibiciones al plástico no reciclable plenamente en 2030, estos cambios podrán costar a las empresas más de 3.500 millones de dólares al año.
La industria responde
Pero, en respuesta al creciente escrutinio ambiental, la industria del plástico no se ha quedado de brazos cruzados, advierten desde Citi. Las empresas químicas están adaptando sus carteras y prácticas hacia estrategias más respetuosas con el medio ambiente, centrándose en el pesaje ligero de sus productos, invirtiendo en empresas de reciclaje de plásticos, mejorando los sistemas de reciclaje y creando polímeros de base biológica, señalan.
“Se ha creado una capacidad de casi un millón de toneladas de plásticos biodegradables y, con la legislación adecuada, se podrían establecer incentivos económicos para desarrollar estas capacidades de productos de mayor coste, teniendo en cuenta las preocupaciones medioambientales”.
La solución, a juicio de los especialistas de Citi, no está en la sustitución del plástico por el papel -al considerar que “no está claro que ésta sea una mejor alternativa”-, sino en el ecodiseño de los productos a partir de plástico 100 % reciclable, aprovechando por tanto las ventajas que presenta el plástico para la fabricación de productos pero implementando los criterios ESG (medioambientales, sociales y gubernamentales). Para conseguir el cambio en la industria, los expertos destacan la importancia de invertir en incentivos para modificar los hábitos de consumo de las personas, en detrimento de los productos de un solo uso no reciclables y en favor de los que sí son respetuosos con los límites del planeta, y que ayudarán a los Estados a cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas.