Los secretos sucios de la moda» es una película que cambiará tus hábitos de compra

He aquí un pequeño experimento. Ordena las siguientes seis industrias de peor a menor contaminación: carbón/petróleo, turismo, carne de vacuno, transporte, fracking y moda. ¿Cuáles son las más contaminantes? Resulta que el carbón y el petróleo ocupan el primer lugar, seguidos de la moda.

Este descubrimiento resulta chocante para la mayoría de la gente, que no relaciona su ropa limpia con una industria sucia. Y, sin embargo, es algo de lo que todos deberíamos saber más, por lo que la presentadora de televisión y periodista británica Stacey Dooley ha realizado un cortometraje sobre ello.

Los secretos sucios de la moda se emitió en BBC Three en octubre de 2018, pero acaba de llegar a Canadá, lo que me ha permitido verlo esta semana. (Está disponible para los espectadores canadienses aquí.) Me acerqué a la película de 45 minutos con curiosidad, preguntándome si sería una versión condensada de la película El verdadero coste o una versión ampliada del problema de Story of Stuff con las microfibras de plástico, pero resultó no ser ninguna de las dos cosas.

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La moda usa y arruina el agua

La película se centra en el agua, concretamente en la cantidad de agua que se necesita para cultivar el algodón, que es el tejido favorito del mundo y también el que más recursos consume. Dooley viaja a Kazajistán al lugar del antiguo Mar de Aral, una vasta masa de agua que se ha secado casi por completo en las últimas cuatro décadas, debido al riego de los cultivos de algodón. Donde antes había peces, ahora hay camellos, así como tormentas de polvo que transportan residuos de pesticidas tóxicos. Las personas que dependían del mar para la alimentación, el turismo y el efecto moderador del clima han visto cómo se deterioran su calidad de vida y su salud. Como dijo Dooley: «Todos sabemos lo que el plástico hace a la tierra… Nos lo dicen todos los días y con razón, pero ¿sabía yo que el algodón era capaz de esto? Por supuesto que no. No tenía ni idea».

Dooley viaja entonces a Indonesia, donde navega por el río Citarum, una vía de agua principal que ahora se utiliza como cloaca para más de 400 fábricas textiles. Las tuberías manan líquidos negros, morados y espumosos. El río parece hervir, señal de que hay poco oxígeno, y los animales muertos pasan flotando. Es evidente que el hedor es abrumador.

Cerca, los niños juegan en el agua. Las madres lavan la ropa y se bañan. Al parecer, hay 28 millones de indonesios que dependen de este río y comen alimentos cultivados con su agua. Cuando el grupo de Dooley recoge una muestra de agua, descubre que está llena de metales pesados, como plomo, cadmio y mercurio. Resulta espeluznante imaginar que se vive tan cerca de una fuente tan tóxica, y sin embargo es ineludible para la mayoría de estas personas.

El cambio rápido es la consecuencia

Lucy Siegle, otra periodista británica que ha investigado el impacto medioambiental de la ropa, culpa a la moda rápida:

«Su modelo de negocio trata básicamente la ropa como si fuera un bien de consumo de rápida rotación. Antes teníamos colecciones de otoño, invierno, primavera y verano. Ahora tenemos más de 52 colecciones al año, algunas marcas hasta 2 o 3 colecciones a la semana. Si no lo compras ahora, no lo tendrás la próxima vez porque no se reponen».

Cuando Dooley se dirige a marcas de la calle como ASOS, Primark, H&M, Zara y Topshop con preguntas, se niegan a hablar con ella. Incluso cuando asiste a la Cumbre de la Moda de Copenhague, que pretende ser un lugar para que las marcas, los influencers y los diseñadores hablen de sostenibilidad, nadie quiere hablar, excepto un representante de Levi’s.

La película termina con su encuentro con cuatro influencers de Instagram, cuyas compras les han hecho ganar millones de seguidores. Dooley les pregunta sobre los efectos de sus acciones, y si sus plataformas podrían utilizarse mejor para informar a la gente de las consecuencias de nuestras elecciones de moda. Las chicas parecen aturdidas. Al parecer, una de ellas hizo una purga de vestuario unas semanas después.

Reflexiones finales

Salí de la película completamente deprimida y horrorizada por las desgarradoras escenas de Kazajstán e Indonesia. No me cabe duda de que pasarán por mi mente la próxima vez que tenga la tentación de comprar una nueva prenda de vestir superflua, y sofocaré inmediatamente ese impulso.

También me quedé pensando en lo interesante que era ver un documental que no se centraba en las microfibras de plástico. Por muy grande que sea ese problema, no podemos olvidar que incluso las fibras naturales, por muy limpias y ecológicas que parezcan, también tienen un alto coste.

Parece que la única solución pasa por comprar mucho menos y considerar las piezas que compramos como una inversión a largo plazo.

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