La alimentación es uno de los primeros ámbitos de nuestra vida que primero cambiamos cuando ganamos conciencia ecológica. La agricultura está entre los sectores que más contribuyen a problemas ambientales que son, por definición, problemas sociales, políticos y económicos. Por ejemplo, el calentamiento global. El grupo de expertos de cambio climático de la ONU (el IPCC, por sus siglas en inglés) estima que el sector primario (agrícola y ganadero) es responsable de un 23% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI).
Pero la agricultura también contribuye a agravar la crisis hídrica —en países como España esta actividad absorbe en torno al 70% del agua dulce disponible, según el World Resources Institute—, así como la salud de los mares, ya que muchos se ven afectados por el vertido de fertilizantes y otros químicos que terminan por contaminar sus aguas, provocando fenómenos como la eutrofización, como ocurrió, por ejemplo, en el Mar Menor tras los episodios de gota fría del 2019.
Pero cambiar la alimentación hacia una más sostenible no sólo pasa por alterar nuestra dieta, y reconducirla hacia una con menos carne y más vegetales de temporada. También implica optar por alimentos de producción orgánica y, a ser posible, de proximidad. Se trata de favorecer la producción agrícola local al tiempo que se evitan las emisiones de GEI asociadas al transporte. Así, si podemos comprar las frutas y verduras de nuestra propia región o la región vecina, en lugar de los importados desde otros países, ahorraremos el impacto ambiental de mover la mercancía desde los lugares donde se producen hasta nuestro plato.
Por eso, a medida que los ciudadanos están más informados respecto a los impactos de su alimentación, vemos que surgen cada vez más iniciativas de “kilómetro cero”.
Incluso dejando a un lado el discurso ecológico, la agricultura urbana es un buen aliado para fortalecer la resiliencia de una población frente a circunstancias adversas como, por ejemplo, una pandemia, que pueden comprometer la seguridad alimentaria de las personas. Los huertos urbanos son un instrumento que otorga independencia a los ciudadanos en lo que a la alimentación se refiere. Esta capacidad de control sobre la producción de alimentos que se consumen deriva en lo que se conoce como soberanía alimentaria.
Los ejemplos viajan desde la ciudad en bancarrota de Detroit, que se reverdeció tras colapsar la industria automovilística de la que dependía la economía local, hasta Acra, la capital de Ghana, pasando por La Habana. La transformación verde que vivió Cuba en la década de los 90 se produjo por pura necesidad. La falta de petróleo que sufrió el país caribeño tras la caída de la URSS se tradujo en una escasez de combustible y, así, en la imposibilidad de trasladar los alimentos del campo a la ciudad. Todo ello obligó a cultivar en los núcleos urbanos y periurbanos de ciudades como La Habana, que todavía conserva buena parte de sus organopónicos públicos en pleno centro.
También en diferentes ciudades españolas la tendencia de cultivar en la ciudad aumenta y algunas, como Vitoria, han aprobado estrategias de soberanía alimentaria que pasan por fomentar la agricultura urbana.
También hay personas que se están adelantando a estas políticas y ya cultivan en sus jardines, en sus terrazas o incluso en sus balcones. Siempre adaptándose, por supuesto, a las circunstancias de espacio y luz que puede ofrecer cada uno de estos rincones del hogar, cualquiera puede conseguir desde hierbas con las que aderezar sus comidas hasta la totalidad de frutas o verduras que requiere su dieta. Todo depende del tiempo que se quiera dedicar a cultivar.
¿Por dónde empezar?
Para que la huerta en casa sea un éxito, una de las claves es planificar: pensar bien qué cultivamos y cuándo. A los principiantes les conviene iniciarse con plantas sencillas, de tamaño pequeño, productivas y resistentes, para poco a poco ir elevando el nivel hasta llegar a lo más difícil de mantener.
Con una caja de madera (se pueden usar objetos en desuso como cajoneras o armarios viejos), abono, tierra y semillas ya podemos empezar. El primer paso es forrar la caja con plástico. Luego habrá que volcar la tierra en la caja y hacer surcos con el dedo o un rastrillo. En los surcos se esparcirán las semillas, que se habrán de tapar con la tierra ligeramente, y después regar. Hay que tener en cuenta que el lugar que elijamos para instalar el huerto en casa se ensuciará con facilidad.
Algo que puede servir de utilidad para construir un huerto casero es una guía que preparó la ong Oxfam Intermón, Cómo hacer un huerto urbano, de descarga gratuita.
Por qué cultivar en casa
Entre los beneficios que esta organización atribuye a tener un huerto en casa está, además del consumo de alimentos km0, el de entender mejor los ciclos y dinámicas naturales “a las que muchas veces dado nuestro agitado estilo de vida, no le prestamos la atención que se merecen”, señalan en su web. Por otro lado, los huertos caseros son una fuente de alimentos sanos, libres de químicos o fertilizantes, por lo que también son más ecológicos que los que podemos adquirir en el supermercado. Por último, Oxfam asegura que cultivar en casa reduce los niveles de estrés y ansiedad propios de las grandes urbes, puesto que “es una forma de recolectar con la naturaleza y de invertir el tiempo de forma saludable”.