Global Footprint Network refleja que vivimos por encima de las posibilidades planetarias

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¿Quién es Global Footprint Network?

Fundada en 2003, Global Footprint Network son un grupo de expertos independiente originarios de los Estados Unidos, Bélgica y Suiza. Se estableció como una organización caritativa sin fines de lucro en cada uno de esos tres países.

Global Footprint Network desarrolla y promueve herramientas para avanzar en la sostenibilidad, incluida la huella ecológica y la biocapacidad, que miden la cantidad de recursos que utilizamos y cuántos tenemos. Estas herramientas aportan datos al centro de toma de decisiones.

Los datos de la ONU recopilados por Global Footprint Network

Son los datos oficiales de la ONU, recopilados por la Global Footprint Network para medir una vez más la huella ecológica global y así advertir sobre la manera en que el estilo de vida de una parte de la población mundial sobrepasa los límites biofísicos, deteriorando en última instancia la salud del planeta y la de las especies que habitamos en él.

Lamentablemente, la respuesta todavía es sí. Sin embargo, y pese a estar todavía muy lejos de alcanzar un nivel de sostenibilidad adecuada, la sociedad europea tiene algo que celebrar dentro de la crisis ecológica actual: la huella de carbono en este continente se ha reducido en un 21% desde 2007 (sólo entre 2014 y 2016 disminuyó un 3,7%).

Según el informe de Global Footprint Network, la huella de carbono en Europa representa un 60% de la huella ecológica de la región, por lo que su disminución progresiva en los últimos diez años ha contribuido a que la huella ecológica europea decreciera un 15%.

“Muchos países de Europa, entre ellos Francia y Alemania, muestran una tendencia a disociar el PIB y la huella ecológica que se hace eco de la de Reino Unido”, precisa la Global Footprint Network en su web, pues la huella ecológica de este país anglosajón ha caído un 29% desde su pico de 2007 y un 26% desde 1990, “más rápido que cualquier otro país de altos ingresos”.

La tendencia a utilizar menos carbón en Reino Unido hace que en 2017 la huella ecológica también haya ido a menos. Ahora, su mix energético es más limpio, al combinar gas con las tecnologías renovables, y además tiene una demanda de consumo de energía cada vez menor (dadas las mejoras en eficiencia energética).

En su conjunto, Europa todavía usa, para su producción de bienes y servicios, un 35% más de lo que la naturaleza puede reponer, advierten.

Tanto en este continente como en Estados Unidos los máximos de déficit ecológico se dieron entre los años 90 y el 2007. La llegada de la crisis económica mundial supuso un descenso de la huella de carbono -y ecológica- en ambas regiones.

La huella ecológica en otras regiones del mundo

En Estados Unidos, entre 2005 y 2016 la huella de carbono se redujo un 18% gracias a la competición entre gas natural y renovables, que terminaron por desplazar el carbón como opción para producir electricidad a bajo coste. Pero desde el 2017 esta tendencia se ha revertido, y en 2018 las emisiones de gases invernadero de EEUU incrementaron un 3,4%, suponiendo “el mayor aumento en ocho años”.

“Los inviernos más fríos en el noreste han aumentado el uso de petróleo y gas para calefacción. Los veranos más calurosos en todo el país han aumentado el uso de energía para enfriar y aumentar las emisiones. Otros factores incluyen un impulso en la industria manufacturera y una relativa expansión de la economía nacional, lo que conduce a un aumento de las emisiones de las fábricas, los camiones y el transporte aéreo. EEUU aún no ha encontrado el camino para desvincular su huella de carbono del crecimiento económico”, aseveran desde la Global Footprint Network.

China, por su parte, tampoco tiene tan buenas noticias que celebrar. Si bien es cierto que desde 2014 ha logrado rebajar su huella de carbono un 2% por la menor utilización de carbón, entre 2007 y 2017 —mientras Europa reducía su impacto ecológico— China aumentó su huella un 39%, de modo que la imagen que deja es más bien la contraria a la que dibujan los esfuerzos europeos en este sentido.

Además, entre 2017 y 2018 las emisiones en China crecieron un 2,3 por ciento, según el Proyecto Global de Carbono. “La demanda de electricidad creció tan rápidamente en los dos últimos años -impulsada por el crecimiento de la industria pesada, así como por las contribuciones del uso doméstico y del sector de los servicios- que las nuevas fuentes de energía con bajas emisiones de carbono no pudieron mantener el ritmo”.

Con todo, las inversiones del gobierno chino para mejorar las prácticas agrícolas, que mejoraron el rendimiento de los suelos; así como en reforestación, que consiguieron aumentar la cubierta vegetal en un 32% desde 1990, llevaron a China a incrementar su biocapacidad de carga en un 13% desde 2004.

Los datos analizados por Global Footprint Network también dejan una sensación agridulce en casos como el de Cuba. El colapso de la Unión Soviética a finales de los 80 derivó en una crisis económica en la región caribeña, que hasta ese momento dependía de las importaciones de petróleo y de otros bienes de la URSS para su funcionamiento. El llamado “periodo especial” que sufrió Cuba en los 90 gracias a este declive energético trajo —además de hambre— un reverdecimiento de la economía cubana sin precedentes, dada la falta de insumos para sectores como el transporte o la agricultura. El país redujo su huella ecológica drásticamente desde 1989 y, aunque aumentó ligeramente según volvió a importar petróleo de Venezuela (ya en los 2000), no ha vuelto a recuperarse de esa bajada.

Buenas noticias para el planeta. Entre 2010 y 2016, el déficit ecológico de cada cubano cayó un 22,4%.  La huella de carbono per capita disminuyó un 10% en ese periodo y la biocapacidad per capita aumentó un 13%. La cobertura forestal aumentó un 9% y las zonas agrícolas se expandieron otro 28%, todo ello gracias a los programas diseñados desde 2007 en aras de garantizar la seguridad alimentaria del país. No obstante, según la Global Footprint Network se espera que esta tendencia se ralentice (o incluso paralice) como consecuencia de los eventos climáticos extremos —como el  huracán Irma, en 2017— y del impacto que la crisis venezolana puede tener sobre la economía cubana.

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