El impacto del confinamiento en el medio ambiente

La crisis global por la pandemia del Coronavirus es sin duda uno de los mayores retos a los que se ha enfrentado la humanidad en lo que llevamos de siglo XXI. El colapso de los servicios sanitarios, las muertes que se cuentan por decenas de miles y la obligatoria parálisis de la actividad económica en la mayoría de sectores —salvo los esenciales, que continúan en activo— está forjando un panorama desolador en muchos ámbitos y alrededor del mundo.

Entre los peores rasgos de la crisis están las dificultades económicas, las preocupaciones por el futuro más inmediato (lleno de incertidumbre tanto en lo físico como en lo académico o laboral) y la distancia con nuestros familiares y amigos en momentos realmente duros. Sin embargo, de la pandemia se pueden rescatar también algunos rasgos positivos.

Uno de ellos es el efecto que puede tener esta situación de confinamiento sobre la sociedad, con un tejido vecinal que se reconstruye en los balcones a medida que los ciudadanos sienten la necesidad de relacionarse mediante su única ventana al mundo exterior. Y luego, a las ocho de la tarde, cada vez que los ciudadanos son convocados para aplaudir al personal sanitario, descubren un sentido colectivo de responsabilidad frente a este desafío, un sentimiento de comunidad y apoyo mutuo frente a la soledad abrumadora.

Otro impacto positivo, aunque con muchos matices, es el impacto del confinamiento en el medio ambiente, beneficio que está provocando la actual falta de movilidad, junto con la ralentización de la economía, sobre el medio ambiente: principalmente con la reducción de contaminación y de emisiones de gases de efecto invernadero.

Efectos del COVID-19 en la contaminación

Si el “enemigo invisible” protagonista del momento es el Coronavirus COVID-19, otro enemigo invisible presente a lo largo de todo el año es la contaminación atmosférica.

La polución del aire mata cada año una media de casi 9 millones de personas a lo largo y ancho del mundo. En Europa, son 800.000 los fallecidos anualmente a causa de problemas relacionados con la mala calidad del aire, según aseveró un estudio publicado en la revista científica European Heart Journal.

Sin embargo, sólo en los primeros días de confinamiento en España la contaminación se había reducido en hasta un 75% en el caso de Barcelona. En Madrid, la mejora del aire fue de un 57% respecto a la semana anterior a la cuarentena. Lo mismo ocurrió previamente en China, según los datos que maneja la NASA, y también en Italia.

En este punto, ya pasado un mes desde que se decretara el encierro en el país, el descenso de contaminación en Madrid es del 40%, según los datos monitorizados y visualizados por Lobelia Earth. Los resultados para Barcelona, aunque todavía no son precisos, se acercan a los de la capital española.

Bien es cierto que, según Lobelia, ya se esperaba una reducción para esos días posteriores a la parálisis, debida a otras causas ajenas a la crisis sanitaria: factores meteorológicos como la lluvia y la velocidad y dirección del viento.

Más allá de la polución del aire, la calidad de las aguas también ha mejorado. Liberadas por fin de su habitual masificación turística, y gracias sobre todo al limitado tránsito de barcos, las aguas de los canales de Venecia vuelven a lucir transparentes y por sus cauces se pueden ver claramente los peces, algo que, según los venecianos, era insólito hasta la pandemia.

Teletrabajo, la batalla pendiente

Por otro lado, la imposición de trabajar a distancia para evitar el acercamiento con otras personas, y así frenar la propagación del virus, contribuye al mismo tiempo a la lucha contra el cambio climático. ¿Cómo? Sencillamente, acostumbrando a la población a hacer conferencias virtuales en lugar que tener que desplazarse hasta una oficina o un lugar de reunión, ahorrando las emisiones de CO2 asociadas al transporte para recorrer esa distancia. En la Unión Europea, el transporte representa la cuarta parte de las emisiones totales de gases de efecto invernadero (culpables del calentamiento global) emitidas en el conjunto de sus Estados miembros. Así, una reducción de la movilidad (en este caso forzosa) conlleva una menor emisión de estos gases que comprometen la vida de las próximas generaciones en el planeta.

Lo constató un estudio realizado recientemente por la Fundación Másfamilia en base a la Encuesta de Movilidad en Día Laboral en Barcelona, según la cual se detectó que la opción de teletrabajar dos días por semana (40%) es la preferida por los barceloneses, mientras que el 40% de éstos eran susceptibles a teletrabajar. Con este hipotético escenario, Barcelona lograría una reducción de 332.843 ton CO2 al año, reveló el trabajo.

Se trata, simplemente, de ver que hay otras formas de trabajar. De darse cuenta de que el desplazamiento en avión, coche o barco —en caso de no poder realizarse en tren— en algunas ocasiones es mejor no llegar a hacerlo. A veces la solución está en dar esa charla o asistir a esa reunión por videoconferencia. Si antes había sectores o personas que ponían en duda su capacidad para teletrabajar, durante la crisis pueden reparar en las ventajas que esta opción les ofrece, no sólo en el momento presente sino también como apuesta para reducir la huella de carbono y asegurar un futuro en condiciones.

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