Siguiendo el ejemplo de ciudades sostenibles como Vitoria-Gasteiz -declarada Capital Verde Europea en 2012 gracias en buena parte a su “anillo verde”- Barcelona busca ser sostenible y se ha sumado a la tendencia de renaturalización. En un horizonte 2030, la capital de Cataluña se ha propuesto incrementar su cobertura verde en un metro cuadrado por habitante -añadiendo en total 44 nuevas hectáreas verdes a la superficie con que contaba en 2015 (2.827 hectáreas de espacios verdes). Y lo va a hacer de la mano de la ciudadanía.
Así se proyecta en el Plan Verde y de la Biodiversidad de Barcelona 2020, impulsado por el Ayuntamiento en mayo de 2017 en consonancia con su programa de adaptación y mitigación del cambio climático antropogénico. En su camino para convertirse en una ciudad resiliente contra este fenómeno global que nos acucia, el Gobierno municipal ha dado finalmente con su estrategia para reducir el efecto “isla de calor”: incrementar la superficie arbolada urbana de forma que se favorezca la regulación térmica (adaptación) a la vez que se secuestra el carbono (mitigación), se recupere el espacio público, la biodiversidad y la participación ciudadana mediante la custodia compartida de las zonas verdes.
Corresponsabilidad ciudadana en la sostenibilidad
Las medidas comprendidas en el Plan buscan impulsar el sentido de la corresponsabilidad en el cuidado y la extensión del verde en la ciudad mediante la gestión compartida de parques y jardines o la ampliación de la red de huertos urbanos con prácticas agroecológicas.
Las entidades locales podrán así custodiar estas nuevas zonas verdes creadas en “espacios de oportunidad” -aquellos, como solares desocupados, cubiertas o balcones, que son susceptibles de identificar en todos los barrios de Barcelona y de ser renaturalizados para revitalizar el entorno- y que podrán estar dedicados a, por ejemplo, la agricultura urbana.
Huertos urbanos para el encuentro
En este sentido, el plan destaca el papel de los huertos urbanos como nuevos lugares de conexión con la naturaleza, que contribuyen a la educación ambiental, ayudan a tejer relaciones entre vecinos, fomentan el consumo de alimentos de cercanía (ahorrando así las emisiones de CO2 derivadas del transporte) y pueden ser una oportunidad para diseminar el conocimiento sobre prácticas de uso sostenible del suelo, excluyendo la aplicación de productos químicos y contribuyendo a mejorar la salud de las personas.
Con todo ello, la medida trata de constituir una infraestructura verde urbana “funcional” que revierta el actual reparto del espacio público, todavía dedicado en su mayoría a la movilidad en vehículo privado pese a que este medio representa sólo el 17% de desplazamientos de los barceloneses.
En resumen, la estrategia plantea que esta infraestructura verde, “como sistema de apoyo a la vida”, “produzca beneficios para las personas, suministre servicios ambientales y sociales, genere lugares de vida dentro del ecosistema urbano, inserte la naturaleza en la ciudad, conecte y una de nuevo las urbes en el territorio y haga la ciudad más resiliente ante los retos de futuro”.
Así, lejos de adoptar el verde como mero “complemento ornamental”, el Plan Verde de Barcelona busca cambiar el modelo urbano en su conjunto, un nuevo modelo desarrollado en base a la conectividad y a la renaturalización.