Huelgas climáticas en el mundo

El planeta lleva décadas pidiendo a gritos un rescate y, por fin, una parte creciente de la población ha escuchado su reclamo. La crisis climática no es más importante que otros desafíos ambientales, como la pérdida de biodiversidad, la sequía o la contaminación atmosférica. Pero sí es el más urgente —la comunidad científica advierte de que quedan 10 años para sortear sus peores efectos— y que en muchos casos sirve de agravante para los demás problemas ambientales.

Sus impactos ya se están sufriendo y los pronósticos de los modelos científicos de la ONU no auguran nada bueno para lo que queda de siglo, si no se pone un freno inmediato a los combustibles fósiles y se descarboniza la economía. Esto quiere decir que la situación tiene pinta de ir a peor. A medida que la Tierra se calienta, vemos cada vez más fenómenos meteorológicos extremos (y éstos son cada vez más virulentos), hay cada vez más acidificación, menos tramo de arena en las playas, menos agua…

Justicia climática

Por otro lado, las consecuencias se perciben de manera desigual en el mundo. Los habitantes de las Islas Marshall, por ejemplo, ya están viendo desaparecer su hogar por la subida del nivel del mar, y en Alaska la erosión del hielo ártico está dañando la infraestructura, “incluyendo clínicas de salud, y las instalaciones de tratamiento de agua y de residuos”, aduce la Alaska Institute for Justice.

Así, el cambio climático no es sólo un problema biofísico. Se trata de una cuestión social, de justicia entre países, entre clases sociales y entre generaciones.

Y los más vulnerados en cada caso —las pequeñas islas del pacífico, las poblaciones del ártico y de las zonas tropicales, los jóvenes cuyos futuros están comprometidos por la crisis climática e hídrica, trabajadores, como los que participaron en el movimiento de los chalecos amarillos en Francia, que se ven más perjudicados por las medidas para frenar el calentamiento global…— son precisamente los que están marchando para protestar por la inacción climática que, a su juicio, está habiendo en la política internacional.

Un fenómeno global

Estos últimos años han estado marcados por movilizaciones masivas para exigir contundencia en las políticas para atajar la crisis climática. Desde el Sunrise Movement, un movimiento de jóvenes que surgió en 2017 en Estados Unidos a Extinction Rebellion, que aparecería un año más tarde en Reino Unido, pasando por Fridays for Future, que tuvo su primera semilla en agosto de 2018 en Suecia, con aquellas protestas solitarias de la activista adolescente Greta Thunberg frente al parlamento de su país, pero que rápidamente se extendieron y germinaron en países de todo el mundo: no sólo en Europa sino también en Australia, India, en Latinoamérica, en África… También los pueblos autóctonos del Amazonas y del Ártico se están movilizado y estamos asistiendo a una nueva oleada de litigios climáticos, pleitos liderados en muchos casos por jóvenes, que recién acaba de llegar a España.

Se trata de un fenómeno global encabezado por aquellos que sufrirán más las consecuencias de la crisis. Y poco a poco más parte de la sociedad se pone de su lado. En este ambiente han proliferado diversas campañas de desprestigio para retirar la “licencia social” de entidades que apoyan o contribuyen de alguna manera a salvaguardar la industria de los combustibles fósiles. Campañas que han afectado a la cultura, con organizaciones como Fossil Free Culture en los países bajos; a la banca (presionando a grandes bancos para que reiteraran inversiones en empresas del gas y del petróleo) o incluso a la abogacía, como pone de manifiesto el hecho de que los jóvenes de las facultades de derecho más prestigiosas de Estados Unidos (Yale, Harvard, etc) estén boicoteando los eventos de “recruitment” de las grandes firmas de abogacía en EEUU. Su reivindicación es que estos bufetes estén contribuyendo a exacerbar la crisis climática, al representar a las petroleras como Exxon o Chevron en los tribunales.

Así, el movimiento de las huelgas climáticas va mucho más allá de las marchas por el clima o los discursos de sus representantes en el Foro Económico de Davos o en las cumbres del clima. Son protestas masivas que parecen haber venido para quedarse y que contribuyen a sensibilizar a la población sobre una realidad que ya no podemos ignorar: que estamos ante uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos como sociedad.

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