La contaminación del aire

­­­­­­­­­­­­­­­La contaminación  o del aire es real, existe, y es responsabilidad nuestra. Nosotros la producimos, la respiramos, y, por ella, enfermamos.

La Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) calcula que en torno al 90 % de la población urbana de la Unión Europea está expuesta a altas concentraciones de contaminantes atmosféricos, considerados nocivos para la salud y, aunque reconoce que en los últimos años los esfuerzos de algunas naciones europeas por llevar el control y reducir sus emisiones han mejorado la calidad del aire en toda Europa, asevera que éstas siguen siendo muy elevadas y persisten los problemas de calidad del aire.

La mala calidad del aire -en tanto para la salud humana- se mide fundamentalmente en la presencia de tres contaminantes:

  • Las partículas
  • El dióxido de nitrógeno
  • El ozono troposférico

En el caso de las partículas finas (PM2.5), la AEMA señala que su presencia en la atmósfera reduce la esperanza de vida en la UE en más de ocho meses.

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Las causas de la contaminación del aire o atmosférica son los seres humanos

Entre las principales fuentes de contaminación de origen humano (las que, por tanto, podemos controlar), este organismo destaca: el consumo de combustibles fósiles para la generación de electricidad, el transporte, la industria y los hogares; los procesos industriales y el uso de disolventes, “por ejemplo en las industrias químicas y minerales”; la agricultura y el tratamiento de residuos.

Así, cuando decidimos ir en transporte público o en bicicleta en lugar de en coche privado, y cuando evitamos encender el aire acondicionado -la aclimatación de los hogares es un importante foco de contaminación atmosférica-, lo estamos haciendo por nuestra propia salud.

Podemos reducir la contaminación atmosférica desde el hogar

Para reducir el aporte a la contaminación del aire desde los hogares, podemos apoyarnos en los trucos que ofrecen los expertos en ahorro energético.

Para que no haya tal necesidad de encender el aire acondicionado, los especialistas aconsejan apagar las luces siempre que no sean necesarias, tanto las de la casa como las del standby que tienen los aparatos electrónicos enchufados. Estas luces rojas, además de consumir energía, producen calor, por lo que, si en verano queremos mantener la casa lo más fresca posible, una de las acciones que nos ahorra el coste de dinero y de contaminación asociada al aire acondicionado es apagarlas.

Al cocinar, los expertos recomiendan colocar tapas sobre las ollas y las sartenes que empleamos. Esto no sólo reduce el tiempo de cocción -y por tanto ahorra energía- sino que a su vez evita que el calor se propague por la casa.

También podemos recurrir a bajar las persianas en las horas de más insolación, para evitar que el calor entre en la casa, así como abrir las ventanas y puertas para que corra el aire -aprovechando la ventilación cruzada-, sobre todo por la mañana y en las horas más frescas de la noche.

Hacia la lucha contra las ciudades contaminadas

En cuanto al transporte, reducir la contaminación pasa por apostar por un tipo de transporte intermodal, que combine varios medios de desplazamiento de forma que no dependamos sólo de uno, según recomienda la Asociación de Ciencias Ambientales.

En 2016, esta organización organizó en Madrid el reto #Desautoxícate, una campaña sobre movilidad sostenible que fue galardonada por su efecto comunicativo. Consistía en desafiar a cuatro personas muy acomodadas en el uso del coche privado -o “adictas” a éste-, a renunciar durante treinta días a utilizarlo y optar en su lugar por otros medios más sostenibles.

Para ello, les quitaron las llaves del coche y les dieron tres tarjetas: una del servicio de BiciMad -bicicleta eléctrica pública en Madrid-, el abono de transporte público de la Comunidad de Madrid (que incluye metro, autobús y cercanías), y una de BlueMove, la compañía de coche eléctrico compartido para que, en ocasiones contadas y sólo para trayectos largos, hicieran uso de este servicio.

Tal como lo explicaron en sus redes sociales según pasaban los días del desafío, los participantes se dieron cuenta de que las opciones de transporte que antes habrían descartado por pereza (como la bicicleta o el transporte público), o porque consideraban que tardarían más, eran en realidad los medios más rápidos y eficientes.

Entendieron que la movilidad sostenible, lejos de ser una prohibición o una regulación impuesta desde Europa “por capricho”, era en realidad algo positivo para ellos mismos, para respirar un aire más limpio y sentirse mejor con una forma de desplazamiento al trabajo más activo.

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