Cambiar el modelo productivo y sancionar la obsolescencia programada, dos de las claves para mejorar la gestión de residuos

Cada vez generamos más basura. El modelo productivo lineal (fabricar-usar-tirar) que sigue imperando en la mayoría de países occidentales tiene como consecuencia una elevada generación de residuos que, de acuerdo con el último informe de la EAE Business School, constituyen recursos que no están siendo aprovechados como deberían. De media, en la Unión Europea, el 48% de los residuos sólidos municipales son depositados en vertedero “de manera técnicamente no adecuada”, mientras que el 52% restante es reciclado, reutilizado o transformado en energía.

Según este estudio, las “siete grandes causas del desperdicio” son:

  1. La sobreproducción: producir en exceso o con demasiada antelación.
  2. La espera: desperdicio de tiempo debido a la inactividad de los operadores o maquinas en los procesos.
  3. El movimiento innecesario: los movimientos del personal que no añaden valor.
  4. El transporte innecesario: cualquier transporte no esencial.
  5. Los defectos: cualquier proceso extra requerido para corregir fallos en el producto o servicio.
  6. El inventario: el exceso de materiales o productos.
  7. Procesos innecesarios: realizar procedimientos innecesarios o demasiado complicados para procesar productos.

Luis Seguí, profesor del grado en Administración y Dirección de Empresas y del MBA en esta institución, y coautor del informe, señala a Economía Circular Verde que, para revertir esta tendencia de derroche de los recursos y de congestión de los vertederos -algo que en Europa resulta urgente dada la nueva legislación para limitar el vertido y la incineración del paquete de economía circular– , es necesario un cambio en los hábitos y en el modelo productivo.

Por una parte, Seguí sugiere que se necesita educación para sensibilizar a la ciudadanía acerca del problema de los residuos. Argumenta que, una vez la sociedad se haya dado cuenta de que su conducta de comprar compulsivamente tiene un impacto socioeconómico y medioambiental (al incidir sobre los recursos de la tierra, los ecosistemas y, por ende, afectando a los propios humanos) empezarán a exigir, como consumidores, un modelo productivo más sostenible, lo que a su vez agilizará la gestión de residuos.

Sin embargo, el profesor recalca que, al mismo tiempo, se necesitan nuevos modelos de gestión. Entre los que se incluye el servicio de recogida “puerta a puerta” que, a juicio de Seguí, es un método eficaz para mejorar la separación de los residuos sólidos urbanos y facilitar, entre otros, el aprovechamiento de la materia orgánica, que comporta buena parte de lo que termina en los vertederos españoles y de la cual se podría obtener compost -abono- o energía.

Obsolescencia programada

Desde el EAE alertan también sobre el crecimiento de residuos electrónicos. En este sentido, Seguí hace hincapié en la necesidad de acabar con la obsolescencia programada, “como se está haciendo en Francia, que ya ha pegado el primer toque a la UE  y ha apostado por legislar para sancionar aquellas empresas que incorporan a sus procesos productivos la obsolescencia programada”. A saber: aquellas que, deliberadamente, fabrican sus productos delimitando la vida útil de los mismos aunque éstos técnicamente puedan cumplir su función durante muchos más años” (obsolescencia programada incorporada), una tendencia que “desde un punto de vista tecnológico, perfectamente se puede revertir”, insiste.

También hay otro tipo de obsolescencia que, según el profesor, se podría evitar. Se trata de la obsolescencia programada tecnológica, que consiste en que, como consecuencia de los avances en tecnología, aparecen nuevos aparatos que sustituyen a los anteriores. Esto sucede, por ejemplo, en el mercado de los teléfonos móviles, donde a menudo se da la situación de que una persona compre un dispositivo recién puesto en venta sólo porque sea una versión mejorada del que ya tenía, el cual en adelante le resultará obsoleto (y, por tanto, se convertirá en residuo), aunque todavía funcione perfectamente.

“¿Hay algún motivo real para no poder utilizar un teléfono móvil durante más de dos años?, cuestiona Seguí. Incluso si éste ya no fuera útil, el profesor mantiene que se podrían aprovechar algunas de sus piezas o materiales.

Cuestión de conducta

Pero “la obsolescencia programada no está sólo en lo electrónico”, advierte, sino que también está, por ejemplo, en la industria textil, a través de la moda (obsolescencia programada psicológica). “¿Cuántas veces cambia tu abuelo de abrigo?”, suele preguntar a sus alumnos. Tras lo cual plantea: “¿Cuántos abrigos hay en las tiendas por cada temporada del año?”

De nuevo, atajar este tipo de obsolescencia depende, a su juicio, de la educación, pero matiza que las empresas también tienen su parte en el asunto. “Es un pez que se muerde la cola”, concluye: si las personas cambian de actitud y empiezan a pensárselo dos veces antes de comprar algo que no necesitan y a demandar productos más sostenibles, la industria responderá adaptándose a la demanda y, si son las empresas las que toman la iniciativa de cambiar el modelo productivo, las personas terminarán por cambiar su conducta.

Con todo, Seguí valora los avances hacia la economía circular, y aplaude los movimientos que han surgido en muchos países contra los productos de un solo uso como son las bolsas de plástico o las pajitas para beber refrescos, objetos cuya vida útil “no podía ser menor”, y que, por suerte, se están dejando de comercializar como resultado de la demanda social.

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