Bosques fantasma, recordatorios de la crisis ambiental

Un indicador del acelerado calentamiento de la Tierra y sus efectos son los bosques. A medida que el nivel del mar aumenta (una de las consecuencias de la crisis climática), la salinidad a la que éstos se exponen también incrementa, lo que eleva el riesgo de éstos a morir y pasar a ser un “bosque fantasma”.

No todos los árboles mueren igual. Algunos se quedan erguidos, como mástiles de barco anclados en Tierra. Y sin embargo no viven. Por eso se les llama “bosques fantasma”. Son el recuerdo de algo que fue pero que ya no está. Y una de las causas es la crisis ecológica que provocamos los humanos con nuestras actividades de combustión de energías fósiles y las consecuentes emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera.

Centrándonos en lo positivo, los bosques fantasma tienen en realidad una importante función: pese a estar muertos, albergan vida. En la playa Neskowin de Oregon, Estados Unidos, hay un bosque de 2.000 años de antigüedad cuyos árboles alcanzan hasta los 60 metros de altura. Allí, los árboles fantasmas, bañados por el mar, dan cobijo a moluscos como mejillones y percebes. Pero allí el bosque no sólo sirve de paisaje y núcleo de biodiversidad. Los árboles son, a la vez, un “laboratorio sísmico” para los científicos.

“Es un signo de lo que vendrá. Las pruebas de radiocarbono y la datación de anillos de los árboles, junto con la tradición oral de los nativos americanos, nos permitió relacionar el tsunami de Oprhan, ocurrido en Japón, con el terremoto masivo asociado con la zona de subducción de Cascadia, datado el 26 de enero de 1700”, señaló a la Agencia EFE el geoarqueólogo Samuel Willis. “Sabemos con certeza que volverá a suceder, ya que se ha pronosticado un 10 % de posibilidades de que ocurra un evento sísmico de tamaño similar dentro de los próximos 50 años en el noroeste del Pacífico”, aseveró.

Al otro lado del país norteamericano, en la costa este, también se pueden encontrar estos bosques fantasmas. Desde el estado sureño de Luisiana hasta Canadá, se han encontrado en lugares como Florida, Carolina del Sur, Carolina del Norte, Virginia, Maryland o Nueva Jersey. Allí, se mira los bosques fantasma como “signos prematuros” de la crisis climática, según lo establece un estudio publicado en la revista científica Nature Climate Change y liderado por el Virginia Institute of Marine Science.

“Aunque los árboles muertos en el margen de los estuarios se describieron ya en 1910, investigaciones recientes han llevado a un nuevo reconocimiento de que la sumersión de las tierras terrestres está geográficamente extendida, es importante desde el punto de vista ecológico y económico y tiene importancia mundial para la supervivencia de los humedales costeros frente al rápido aumento del nivel del mar”, apunta el documento.

Entre sus conclusiones, los autores del estudio hallaron que hoy las tasas de declive de los bosques son, de media, unas tres veces más altas que antes de la Revolución Industrial, el punto en la Historia a partir del cual la actividad humana empieza a generar las enormes cantidades de emisiones de gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento del planeta.

El problema de que los bosques mueran con esta facilidad está en que se pierden sus funciones para fijar el terreno, y a veces no pueden evitar que el pantano arrase sobre el terreno, con los impactos que esto implica para las poblaciones asentadas en sus inmediaciones, además de las especies de animales y plantas que habitan la zona.

Afortunadamente, hay maneras de prevenir la muerte de bosques.  Para empezar, previendo los cambios que van a ocurrir en el marco de la crisis climática y analizando la forma en que afectará a los bosques. Así, anticipando los riesgos se podrá preparar una mejor gestión de la transición que experimentarán los árboles.
De esta forma, los bosques fantasmas pueden “salvar el planeta”, ya que son un indicador de los rápidos avances del calentamiento. Son, pues, una voz de alarma que debemos escuchar si queremos actuar a tiempo y evitar las peores consecuencias que la crisis climática puede tener sobre las personas, los árboles y sobre el resto de especies cuya vida está en riesgo por el aumento pronunciado y continuado de la temperatura media de la Tierra.

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