El juego es fundamental para el desarrollo de los niños y niñas. Y los juguetes, del tipo que sean, forman una parte indispensable para llevarlo a cabo. Sin embargo, la cantidad de juguetes que en el mundo desarrollado pueden llegar a acumular los niños ha abierto un debate sobre lo sostenible que es esta manera de consumir y de sobrematerializar el juego.
Independientemente de si es bueno o es malo para el planeta, lo cierto es que los niños esperan nuevos juguetes cada año, ya sea en las fiestas de Navidad, en sus cumpleaños o sin motivo aparente que justifique un ilusionante regalo. Pero, una vez llegan nuevos objetos a sus manos, a menudo ocurre que los anteriores juguetes quedan automáticamente obsoletos.
Y luego están los que se rompen o se desgastan por el propio uso, algo que también tiene arreglo: desde la reparación al ecodiseño. Este último, que es la piedra angular de la economía circular, consiste en diseñar los objetos pensando desde un inicio en su reparabilidad y su reciclabilidad. Así, alargando el tiempo de vida de un producto, se reduce la generación de residuos y se evita el impacto ambiental. De ahí el prefijo “eco”. Por otro lado, concibiendo los juguetes como reciclables desde un principio se asegura que éstos tendrán una segunda vida una vez hayan cumplido su función y ya no nos sean útiles (para esa función en concreto).
La realidad, no obstante, es que todavía se desechan juguetes rotos o en perfecto estado, aunque en desuso. En esos casos, ¿qué se debería hacer con ellos?
Cómo alargar la vida de los juguetes
Existen varias formas de aplicar la economía circular a estos objetos. Como siempre, podemos recurrir a la jerarquía que se suele usar para las tres (a veces cuatro, cinco o hasta siete) erres: primero, reducir, segundo, reutilizar y, tercero, reciclar.
Empezando por lo primero, lo ideal es no comprar lo innecesario. Al reducir el consumo minimizamos también la generación de residuos y rebajamos nuestra huella ecológica. En lugar de llenarlos de juguetes, podemos educar a los niños y niñas en el consumo responsable y en el valor de lo inmaterial.
La segunda opción es reutilizar: volver a usar esos juguetes o, si el niño o niña en cuestión ya no los quiere (porque ha crecido, porque han pasado de moda o porque tiene nuevos juguetes que dejan a estos en segundo plano), los puede donar a otros niños. Desde familiares o amigos cercanos a oenegés que los dan a quienes a lo mejor no se pueden permitir comprar este tipo de juguetes. Por ejemplo, la Cruz Roja cuenta con un programa de recogida de juguetes gracias al cual miles de niños en circunstancias económicas más vulnerables reciben regalos por Navidad. También hay otras ONG como Ningún niño sin sonrisa, Dona tu bici, o Juegaterapia, que trabajan en este sentido.
Existe la posibilidad a veces infravalorada de reparar. Hay servicios que incorporan las propias tiendas de juguetes y que ofrecen arreglar cualquier producto adquirido incluso aunque éste se haya estropeado al usarlo (y no sólo cuando se trata de un fallo de fábrica). Es el caso, por ejemplo, de Juguetrónica. Otras nacen de manera independiente, como el sanatorio de muñecos en la calle madrileña de Preciados o el Hospital del Juguete RIMAR, que lleva operando a pacientes de mentira desde 1945.
El complejo reciclaje de los juguetes
Por último, también se pueden reciclar, aunque en este punto hay que hacer muchos matices. Y aquí llegamos a una de las preguntas clave: ¿dónde se desechan los juguetes para su reciclaje?
Para gestionarlos adecuadamente, habrá que tener en cuenta, como siempre, los materiales que los componen. Es cierto que muchos juguetes están compuestos de múltiples materiales, lo que hace su reciclaje muy complejo. En muchos casos, se recomienda directamente desecharlos en puntos limpios, donde se encargan de gestionarlos de manera adecuada y no nociva para el medio ambiente.
Pero hay partes que sí se pueden reciclar. Por ejemplo, las pilas, que deben tirarse al contenedor exclusivo para pilas. Los juguetes “textiles”, hechos de tela (desde un peluche hasta la ropa de las muñecas), se puede desechar en contenedores para el reciclaje textil. En el caso de los juguetes electrónicos, siempre se pueden llevar a los puntos de venta y ellos se hacen cargo de esos residuos a través de las empresas que gestionan los RAEE (Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos).
Con esta lógica, cabe pensar que un juguete de plástico debería depositarse en el contenedor amarillo y uno de cartón, en el azul. Sin embargo, desde Ecoembes, la organización encargada del cuidado del medio ambiente a través del reciclaje —y que gestiona ambos contenedores—, precisan que los primeros no deben ser tirados al contenedor amarillo, sino a puntos limpios, y que los segundos, al ser en muchos casos de cartón plastificado, tampoco tienen cabida en el azul. Ahora bien, la caja del juguete, cuando sí es exclusivamente de cartón, debe ir al azul. Y, si la caja es de plástico, al amarillo.