La crisis ecológica que vivimos actualmente se manifiesta de múltiples maneras: cambio climático, pérdida masiva de biodiversidad, sequía y desertificación, polución del aire, contaminación marina por plásticos, etcétera. Todas ellas tienen un punto en común: la causa, un modelo de vida insostenible basado en el crecimiento lineal y perpetuo de nuestras economías sin tener en cuenta los límites planetarios.
Pero también, de alguna forma, unas manifestaciones de la crisis ecológicas exacerban otras. Es el caso, por ejemplo, del calentamiento global y la desaparición de especies. El cambio climático es una de las cinco principales presiones sobre la biodiversidad en el mundo. Las otras cuatro son: la pérdida de hábitat (para desarrollo de asentamientos humanos o cultivos industriales, entre otros usos), la sobreexplotación, la contaminación y las especies exóticas invasoras.
Los modelos científicos prevén que, si no conseguimos reducir con efectividad las emisiones de gases de efecto invernadero —y mantener el planeta por debajo del 1,5 ºC de calentamiento, que es a lo que aspira el Acuerdo de París—, más del 50% de las especies perderán sus condiciones climáticas adecuadas en el año 2100. Pero ¿de qué manera exactamente afecta el cambio climático a la pérdida de especies?
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Cambios en el tamaño poblacional y distribución
La distribución de las especies se ve afectada por los cambios en las temperaturas. Ya se ha detectado un aumento poblacional en las especies que prefieren ambientes más cálidos y una disminución en las que necesitan ambientes fríos. Estas tendencias son más fácilmente identificables cuando se trata de especies con mucha movilidad, como las mariposas o las aves, muchas de las cuales han tenido que modificar sus patrones migratorios. Por ejemplo, las especies de aves que migran en invierno en busca de lugares más cálidos empiezan a quedarse más tiempo en sus residencias estivales, ahorrándose así el sinfín de peligros a los que se exponen en las migraciones. Esto tiene una repercusión sobre el conjunto del ecosistema, ya que supone más ejemplares compitiendo por alimento en una zona donde antes no estaban durante esas fechas, y añade depredadores en esos ambientes que despejaban en invierno, por lo que incide también sobre el tamaño de población de sus presas potenciales.
Así pasa con muchas otras especies animales y vegetales, incluidas aquellas que están fijas al sustrato al que se adhieren, como los líquenes, y que por tanto no migran, tal y como puso de manifiesto un estudio publicado en la revista científica Nature Ecology & Evolution en 2017.
Acidificación de los océanos
El sobrecalentamiento de los océanos también es una consecuencia directa del cambio climático. Los mares y océanos absorben cerca del 30% de las emisiones globales de CO2 y el 80% del calor retenido en la atmósfera fruto del conocido “efecto invernadero”. Esto sirve sin duda como una alivio para los humanos y otras especies terrestres, pues nos quita cierta carga de la crisis climática que estamos atravesando. El problema es que esa carga se convierte en una amenaza importante para las especies marinas y la salud en general de los océanos, de la cual también dependemos los humanos, pues buena parte de nuestra alimentación y nuestra actividad económica tiene que ver con los mares y océanos.
El efecto más inmediato, que ya se está viendo, es el blanqueamiento masivo de los arrecifes de coral, que ocurre por culpa de la acidificación. La ONU calcula que casi un 30% de los corales tropicales del mundo han desaparecido desde 1980, y los especialistas en cambio climático del IPCC estiman que, con el ritmo actual de emisiones, los corales tropicales podrían extinguirse en la segunda mitad de este siglo.
Lo que ocurre es que el calor extremo que asumen los mares desestabiliza su pH, lo acidifica. Según los datos que maneja la organización OCEANA, la acidificación en la superficie del océano ha aumentado un 30% desde la Revolución Industrial y, “si la tendencia actual persiste, podría aumentar un 100% a finales de este siglo, superando los niveles de los últimos 20 millones de años”.
Grandes incendios
Otra forma en que la crisis climática afecta a la diversidad biológica es a través de los grandes incendios. Lo vimos a finales del 2019 y principios de 2020, cuando Australia se cubría de una gran nube de humo y las bajas en las poblaciones de especies endémicas se contaban por cientos de millones. La estimación, que realizó Chris Dickman, experto en biodiversidad australiana de la Universidad de Sídney, situaba en cerca de 800 millones la cifra de ejemplares muertos. Es cierto que siempre ha habido incendios forestales, que éstos no son siempre del todo negativos (pues a veces tienen un impacto positivo de regeneración natural) y no se puede establecer una relación con el cambio climático (por lo menos no sin un estudio de atribución que así lo indique). Sin embargo, lo que la ciencia sí sabe es que la crisis climática aumenta la frecuencia y virulencia de eventos extremos, como los incendios forestales catastróficos. Y que el dato de grandes incendios ha crecido exponencialmente a medida que las temperaturas se han disparado en las últimas décadas. Como consecuencia del calentamiento global, no sólo la temperatura es más alta sino que también hay más materia muerta, lo cual favorece las llamas.