La crisis alimentaria empeora y el cambio climático tiene parte de responsabilidad

Estamos experimentando una crisis alimentaria mundial que, según los pronósticos recientes de la ONU, no tiene pinta de remitir. Y parte de culpa la puede tener el calentamiento global, avisa este organismo, en tanto que “la creciente variabilidad del clima y sus fenómenos extremos están afectando a la productividad agrícola, a la producción y precio de los alimentos y a los recursos naturales, con repercusiones en los sistemas alimentarios y los medios de vida rurales, entre las que cabe citar una disminución del número de agricultores”.

Así lo refleja el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo. El documento asevera que, después de un decenio de progreso continuado para conseguir un mundo libre de hambre —el primero de los objetivos contemplados en la Agenda 2030 de Naciones Unidas— el número de personas en el mundo malnutridas y hambrientas en el planeta ha vuelto a crecer a medida que el sobrepeso y la obesidad han aumentado paralelamente.

La FAO calcula que el año pasado les faltó comida a un total de 821,6 millones de personas —la mayoría en África subsahariana, Asia meridional y occidental y América Latina, aunque también en los países  más desarrollados—, cifra que supone un incremento de 10 millones de personas respecto a las que pasaron hambre en el año 2015.

Pero no sólo el problema del hambre se ha agravado en los últimos años, sino que también lo ha hecho la inseguridad alimentaria a nivel un moderado, entendida ésta última como la “incertidumbre en el acceso a alimentos de calidad o en cantidad suficientes pero no tan extrema como para ocasionar una ingesta de energía alimentaria insuficiente”. Como consecuencia, también se ha incrementado, de forma “alarmante” y en todas las regiones, la obesidad y el sobrepeso, lo que acarrea unos costes económicos de millones de euros (además de los humanos) en sí “abrumadores”.

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Más hambre y más obesidad en el mundo

A día de hoy, la obesidad cuesta la escandalosa cifra de dos billones de dólares al año y, en vista de las proyecciones de la ONU, si las tendencias actuales de hambre, inseguridad alimentaria y malnutrición se mantienen —para lo que, señala, existe un riesgo “elevado”—, la desnutrición reduciría el producto interno bruto (PIB) hasta un 11% en África y Asia.

En el continente africano la subalimentación ha alcanzado ya niveles de hasta un 22,8% en África subsahariana. En Asia, la parte meridional es la que más sufre este problema, con una subalimentación de casi el 15%, seguida de Asia occidental, con más del 12%.

Más allá del hambre (inseguridad alimentaria grave), la FAO incide en el problema creciente de la inseguridad alimentaria moderada, y precisa que, juntos, estos dos fenómenos afectan a más de 2.000 millones de personas en total, que “carecen de acceso a alimentos inocuos, nutritivos y suficientes” y que incluyen al 8% de la población de Norteamérica y Europa.

El informe apunta a la crisis económica y aumento de los precios que aún persiste pese a una ligera y desigual recuperación—ligada también a los efectos del calentamiento global—, como uno de los principales culpables del incremento de la malnutrición a nivel global: “El hambre ha aumentado en muchos países donde la economía se ha ralentizado o contraído, sobre todo en países de ingresos medianos. Además, las conmociones económicas están contribuyendo a prolongar y agravar las crisis alimentarias ocasionadas ante todo por conflictos y perturbaciones climáticas”.

Desigualdad y brecha de género también en la alimentación

Y siguiendo la relación entre la situación económica y la malnutrición, el documento concluye que allí donde las desigualdades son mayores, la seguridad alimentaria peligra, efecto que se acentúa sobre todo en los países de ingresos bajos. Asimismo, el reparto desequilibrado de la riqueza y los ingresos afecta a la obesidad, “epidemia” que se asocia con modelos de desigualdad más complejos. Las personas de rentas más bajas tienden a consumir alimentos ultraprocesados y con exceso de grasas saturadas y azúcares.

La FAO recalca además la visible brecha de género también en cuanto a la desnutrición, y asegura que “en todos los continentes, la prevalencia de la inseguridad alimentaria es ligeramente más elevada entre las mujeres que entre los hombres”. Las diferencias más acusadas se encuentran en América Latina.

Posibles soluciones a la crisis alimentaria

Y ¿Cómo abordar este problema? El organismo oficial de la ONU dedicado a la agricultura y a la alimentación pide integrar las preocupaciones sobre seguridad alimentaria en los esfuerzos por reducir la pobreza, al tiempo que se acabe con las desigualdades de género y con la exclusión social. Para ello, la FAO reclama “políticas económicas y sociales que combatan los efectos de los ciclos económicos adversos cuando éstos llegan, evitando al mismo tiempo a toda costa los recortes en servicios esenciales como la asistencia sanitaria y la educación”.

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